Ante el avance de las criptomonedas, varios bancos centrales han barajado la posibilidad de lanzar una moneda digital. El lector pensará que el euro, el dólar o el yen ya son monedas digitales dado que la mayoría de las transacciones se hacen vía electrónica y sin intercambio de efectivo. Es un error típico. Una moneda digital es mucho más que una moneda que se beneficia de los avances tecnológicos. Sería lanzar una moneda completamente digital en la que el banco central llevará a cabo todo el control.
Surgen varias dudas. La primera es que los bancos centrales no parecen entender que la razón por la que los ciudadanos están comprando Bitcoin, Ethereum u otras criptomonedas no es solo porque sean digitales, sino fundamentalmente porque no están sujetas a la constante manipulación por parte de un banco central. En realidad, una criptomoneda de un banco central o estatal es una contradicción en término, un oxímoron. Lo que los ciudadanos están demandando son monedas donde un estado o banco central sea incapaz de aumentar la masa monetaria, manipular la oferta e intervenir los tipos de interés. Podemos debatir si esa demanda es alta o baja, pero no que el avance de las criptomonedas es una consecuencia directa de la represión financiera de los bancos centrales, una respuesta al enorme aumento de masa monetaria global. Es por ello que una moneda digital controlada por un banco central incorpora los mismos riesgos de pérdida de poder adquisitivo y de utilización en favor de los gobiernos que una moneda tradicional.
Es sorprendente que los bancos centrales vean el ascenso de las criptomonedas como una amenaza mientras a la vez las consideran irrelevantes y arriesgadas. De hecho, las criptomonedas desaparecerían si los bancos centrales defendiesen el poder adquisitivo y la posición de su moneda como reserva de valor. Una criptomoneda solo es una amenaza si el ciudadano medio deja de confiar en el banco central como garante de reserva de valor y poder adquisitivo. Por eso es tan peligrosa la búsqueda constante de la inflación y el aumento descontrolado de la masa monetaria. Los que queremos que el euro y el dólar sigan siendo monedas estables y de reserva mundial somos precisamente los que rechazamos el exceso monetario que puede llevar en un corto plazo al desplome de la confianza en las monedas.
Las criptomonedas no serían una amenaza, ni siquiera una anécdota, si los bancos centrales defendieran el poder adquisitivo de ahorros y salarios y no incentivaran el exceso de endeudamiento con políticas mal llamadas expansivas.
Y aquí entran los riesgos de estas mal llamadas monedas digitales de los bancos centrales. El primero, el de privacidad y el segundo el de acelerar aún más las políticas inflacionistas. Una moneda donde el banco central tiene toda la información sobre su uso a cada momento no solo genera problemas de privacidad sino de desigualdad. Una enorme cantidad de ciudadanos simplemente no pueden usar medios electrónicos en sus transacciones diarias. El problema de desigualdad que se crea para personas pobres y sin medios tecnológicos es muy grande y ha sido estudiado en diferentes ocasiones. No solo genera una muy pequeña reducción de la economía informal o sumergida, que pasa a usar otras monedas, como el dólar, o medios de pago, sino que desplaza de la actividad económica a las capas más desprotegidas.
No podemos ignorar el riesgo de multiplicar las políticas inflacionistas y la masa monetaria mucho más que ahora. Uno de los límites a la política monetaria mal llamada expansiva es precisamente que el mecanismo de transmisión se hace, en las economías desarrolladas, a través del canal bancario, lo cual pone frenos al aumento indiscriminado ya que la liquidez excesiva no se traduce en destrucción de poder adquisitivo de la moneda, sino que se queda en el sistema. Al eliminar los mecanismos de transmisión, que funcionan como un freno a la política monetaria si la demanda real de crédito no existe, se crea el riesgo de caer en un inflacionismo peligroso.
Las ventajas de las monedas digitales ya las vivimos sin crear nada nuevo. Como explicaba al principio, la comodidad, seguridad y facilidad para hacer transacciones ya existen en el euro o el dólar como los conocemos y, además, mantener el efectivo permite la privacidad, la equidad y la oportunidad para las capas más desfavorecidas y aquellos que no tienen cuentas bancarias o medios tecnológicos.
Es un error inmenso asumir que el efectivo se usa para defraudar o cometer delitos, igual que lo es pensar que las criptomonedas se usan para llevar a cabo actividades ilegales o terroristas. La inmensa mayoría de las actividades ilegales mundiales se hacen en dólares y eso no nos lleva a atacar al dólar norteamericano. De la misma manera, pensar que eliminando el efectivo se eliminarán esas actividades es no conocer la realidad de lo que es una moneda. Una moneda lo es cuando es medio de pago generalizado, unidad de medida y reserva de valor. Esta tercera parte es la que parece que muchos bancos centrales ignoran. Si la defienden, la tecnología y la digitalización apoyarán su posición como bancos centrales de moneda de reserva. Si no lo hacen, ni la tecnología ni la represión evitarán que se pierda la confianza en la moneda de un país.
Daniel Lacalle.
Presidente del Consejo Asesor del Observatorio sobre la Realidad Financiera.