Mercado Interior Europeo. 30 años no es nada

Han pasado treinta años desde que se lanzó formalmente el Mercado Interior (en adelante, MI), lo que nos brinda la oportunidad de echar la vista atrás para evaluar el papel que ha jugado hasta la fecha en el proceso de integración europea.

El MI se puede entender como la culminación del mercado común de la Unión Europea (UE), tal y como establecía el artículo 2 del Tratado de Roma de 1957. Se aspiraba, entonces, a desmantelar las barreras arancelarias que afectaban al comercio de mercancías entre los Estados miembros mediante la creación de una unión aduanera, incluyendo la adopción de un arancel común con terceros países y prohibiendo cualquier arancel en el comercio entre los socios comunitarios. 

Los ocho artículos dedicados a la política de competencia trataban de evitar prácticas privadas (antitrust) y públicas (ayudas de estado) que distorsionasen el funcionamiento de los mercados. Sin embargo, pronto se comprobó que una unión aduanera no solo no eliminaba las fricciones al comercio, sino que tampoco conducía a una asignación eficiente de los factores de producción en el seno de lo que más tarde sería la UE.   

El Libro Blanco sobre la realización del mercado interior, publicado por la Comisión Europea el 14 de junio de 1985, proponía 279 medidas legislativas a fin de crear “un espacio sin fronteras interiores, en el que la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales estará garantizada de acuerdo con las disposiciones de los Tratados” (artículo 26 del Tratado -TFUE). El Libro Blanco quedó plasmado en el Acta Única Europea. A fin de garantizar las cuatro libertades de circulación, se eliminaba el principio de unanimidad, que había obstaculizado la adopción de la legislación comunitaria necesaria para armonizar o reemplazar la legislación nacional

El Acta Única también sustituyó el enfoque de armonización total por el de estándares mínimos y el principio de reconocimiento mutuo; es decir, lo que era bueno para un español no podía ser malo para un alemán. Como consecuencia, el marco regulatorio de los sectores afectados por el MI, incluyendo los estándares técnicos y de seguridad, pasó a ser comunitario. Los reguladores nacionales o desparecieron o, en el caso de sectores como el energético o el digital, quedaron sometidos a las regulaciones, directivas y acuerdos de la UE.

Hace treinta años, la Unión estaba inmersa en una profunda crisis cambiaria y contaba con doce Estados miembros. Treinta años más tarde, el MI ha sobrevivido a varias crisis, incluyendo una financiera y de deuda, así como una pandemia, y ha pasado a incluir 27 miembros tras absorber varias ampliaciones y superar con éxito el Brexit

Los primeros años del MI fueron testigos de una intensificación de los patrones comerciales entre Estados miembros. Tres décadas después, si bien el peso de las importaciones intracomunitarias ha disminuido desde finales de la década de 1990, cuando se aceleraron las tendencias de globalización, el comercio intracomunitario representa, todavía, casi el 60% del comercio total de bienes. Y esto a pesar del elevado grado de apertura comercial de la UE y de su fuerte dependencia de las importaciones de energía.

Medir el impacto del MI sólo en términos comerciales no haría justicia a su esencia, por lo que es necesario referirse a su impacto sobre el PIB de la Unión y a su papel como potenciador de la integración europea. Con respecto al primero, estudios recientes sugieren que la reintroducción de las barreras arancelarias y no arancelarias aumentaría los costes comerciales de la Unión en más de un 13%, y el PIB de la UE sería casi un 9% menor. En el caso concreto de España, las simulaciones apuntan a una caída comparable de la producción, mientras que sus importaciones de la UE se reducirían en un 28%.

Entrar a formar parte del mercado interior europeo permitió a España hacer frente a la competencia de dos gigantes como China y la India, que han multiplicado por más de 20 veinte veces sus exportaciones desde 1985. Las empresas españolas han podido acceder al mayor mercado de consumo del mundo sin barreras, mientras las empresas chinas, indias y no europeas tenían que enfrentar barreras arancelarias y no arancelarias para vender en el MI.

Gráfico 1. Exportaciones españolas de bienes

Fuente. Reserva Federal de Sant Louis

En el gráfico 1 se observa que España ha multiplicado por diez veces sus exportaciones desde 1986, seis veces descontando el efecto de la inflación. Y en el gráfico 2 se puede comprobar que eso ha sido posible triplicando el salario por hora trabajada. Como hemos discutido más arriba, sin la entrada en el MI ni nuestras exportaciones –dos tercios de las cuales se dirigen a nuestros socios europeos– ni nuestros salarios hubieran crecido tanto

Gráfico 2. Salario por hora trabajada en España

Fuente: Reserva Federal de Sant Louis

Con respecto al impacto del MI en el proceso de integración europea, los ejemplos serían numerosos, pero quizá baste con algunos hitos. En primer lugar, la construcción del propio mercado común introdujo la sustitución de una miríada de impuestos indirectos nacionales por el impuesto sobre el valor añadido (IVA). En segundo lugar, ¿se puede entender el programa ERASMUS y la creación del espacio europeo de enseñanza superior (Bolonia) sin la libertad de movimiento de personas? 

En tercer lugar, aunque es bien sabido que la unión monetaria entrañaba una visión política mucho más ambiciosa, no cabe duda de que sus objetivos inmediatos eran eliminar las fricciones a las cuatro libertades asociadas a la existencia de distintas monedas y autoridades monetarias dentro del MI. En cuarto lugar, aunque incompleta, la Unión Bancaria representa posiblemente el avance integrador más importante de la última década, que se fundamenta, entre otros, en el artículo 114 del Tratado, sobre la aproximación de las legislaciones nacionales para establecer el MI. Para finalizar, y por poner un ejemplo reciente, es ese mismo artículo 114 la base legal del reglamento propuesto por la Comisión para facilitar el desarrollo y producción de tecnologías industriales con emisiones cero.                               

Mirando al futuro, la cuestión es si el artículo 114 del Tratado será suficiente para enfrentar los retos a los que se enfrenta la Unión, muchos de los cuales trascienden el propio MI, y van desde la política de defensa y exterior (¿cuál es el papel que debe jugar Europa en el nuevo orden multipolar?), al federalismo fiscal, pasando por la coordinación de los sistemas de salud o de los programas de protección social. Sin olvidar, además, el impulso a la transición climática y la adaptación a la nueva era digital y tecnológica. 

Mientras que algunos de los factores implicados en estos procesos de integración se beneficiarían de una mayor eficiencia económica, lo que va en el ADN del MI, otros factores exigen avances en políticas que afectan de forma especial a la equidad. En este sentido, es necesario preguntarse hasta qué punto los tratados actuales proporcionan los instrumentos adecuados para ello. 

José Carlos Díez es director de ORFIN y Carlos Martínez Mongay es ex director general adjunto en la Dirección General de Asuntos Económicos y Financieros de la Comisión Europea. 

Crisis energética y beneficios extraordinarios

En la primavera de 2021, se produjo un incremento en los precios del gas. La causa fue el fuerte crecimiento de demanda de esa materia prima -motivada principalmente por China, Rusia, Turquía e Irán- a lo que se sumaron problemas logísticos en el transporte marítimo. En el otoño pasado la Comisión Europea elevó su estimación de precios de equilibrio del gas hasta 60-80 euros por megavatio/hora. El precio del gas en la década anterior había estado próximo a 20 euros. Por lo tanto, la Comisión asumió que la subida de precios tenía un componente estructural

En ese escenario, recomendó a los países miembros de la Unión Europea una serie de medidas para hacer frente a la crisis energética. La principal era agilizar y potenciar las inversiones en energías renovables para reducir la dependencia de los combustibles fósiles, especialmente el gas, que son los que están provocando la subida de precios y la crisis energética. Asimismo, entre esas medidas se contemplaba la posibilidad de poner un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de las empresas energéticas (windfall profits en inglés).

Como se observa en el gráfico anterior, el movimiento de tropas rusas en la frontera ucraniana en diciembre de 2021 y la posterior invasión en febrero de 2022 provocaron un intenso repunte de los precios del gas en los mercados de futuros de referencia europeos hasta 200 euros por megavatio hora. En junio de 2022 Rusia anunció el racionamiento del gas que suministra por sus gasoductos hasta Europa y el precio del gas repuntó por encima de 300 euros, más de 15 veces superior al promedio histórico de la última década. Ahora, tras la decisión del G7 de poner un tope a las compras de petróleo ruso, Rusia ya ha anunciado que interrumpe sine die su suministro de gas hasta que los países europeos eliminen todas las sanciones impuestas por su invasión de Ucrania.

Desde el verano de 2021, mucho antes de comenzar la Guerra de Ucrania, el Gobierno español comenzó a culpar de la crisis a los beneficios extraordinarios de las empresas eléctricas. En junio de 2021, el Ejecutivo español intentó que Bruselas le permitiera salir del mercado único europeo de electricidad y fijar precios en el mercado mayorista establecidos por ley para cada fuente primaria utilizada. Bruselas no lo autorizó.  

En septiembre de 2021, el Gobierno español aprobó un real decreto que ponía un tope al precio del gas y cargaba la compensación del precio cuando estaba por encima del tope sobre todas las fuentes primarias de producción de electricidad, incluidas las de energías renovables. En escasos días el Gobierno tuvo que rectificar, ya que el decreto provocó graves distorsiones en el funcionamiento del mercado eléctrico. En junio de 2022 la Comisión Europea aprobó lo que se denominó como la excepción ibérica. Desde los años ochenta, España ha desarrollado infraestructuras gasísticas que nos permiten no depender del gas ruso. Principalmente los dos gasoductos desde Argelia y ocho regasificadoras en los puertos españoles que permiten que España no tenga el riesgo de falta de suministro y necesidad de racionamiento que comparten varios países europeos. En ese contexto la Comisión Europea permitió a España poner un tope al gas que, en esta ocasión, pagan los consumidores en su factura mensual y no distorsiona el funcionamiento del mercado de electricidad. No obstante, un documento filtrado por la Comisión Europea la pasada semana desaconseja explícitamente aprobar el modelo de la excepción ibérica, ya que también aumenta la demanda de gas y el riesgo de desabastecimiento este invierno. En breve, el tope del gas será seguramente sustituido por un nuevo modelo que la Comisión Europea proponga que aún está en una fase muy preliminar de estudio.

Con estos precedentes, el presidente Pedro Sánchez anunció en julio de 2022 en el debate del Estado de la Nación un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de las empresas energéticas. El anuncio fue una sorpresa hasta para el Ministerio de Hacienda y el equipo económico del Gobierno, que tardó varias semanas en definir el hecho imponible del impuesto y los tipos de gravamen. 

Las empresas han presentado varios resultados trimestrales desde que comenzó la crisis. La realidad es que se observa un fuerte repunte en el margen de negocio de las empresas de refino de petróleo y en las de gas, pero los márgenes de las empresas eléctricas han caído en el primer semestre de 2022 con respecto a 2021. La causa es que cerca del 80% de los contratos de electricidad en España se fijan en el mercado libre con contratos normalmente de revisión anual y a precios fijos. Por lo tanto, las empresas no han podido repercutir el fuerte aumento de los costes del gas que usan para producir electricidad. Este verano la sequía, la escasez de viento y el aumento de la demanda de electricidad desde Francia provocado por el tope del gas han aumentado significativamente el consumo de gas para producir electricidad y los precios del gas han subido con fuerza. Por lo tanto, lo más probable es que en el tercer trimestre las empresas eléctricas verán de nuevo mermados sus márgenes en España

Ante la ausencia de beneficios extraordinarios en el caso de las empresas eléctricas y la complejidad de definir jurídicamente beneficios extraordinarios, el Ministerio de Hacienda optó por imponer un impuesto directamente sobre las ventas. Esto no tiene nada que ver con la recomendación de la Comisión Europea el pasado otoño y con las medidas extraordinarias aprobadas por otros socios europeos.

Pero la mayor sorpresa es que el presidente del Gobierno anunciara también un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de la banca. No hay precedentes en ningún país de la eurozona que, en esta crisis energética, haya decidido poner un impuesto de este tipo expresamente para las entidades bancarias con el argumento de frenar la dinámica inflacionista. 

Cabe señalar, con todo, que poco sentido tiene buscar la comparativa con otras jurisdicciones, porque no se puede realizar el análisis de impuestos en otros países de forma aislada respecto al sistema fiscal que se enmarcan y, en consecuencia, la carga tributaria que soporta el sector financiero en cada país. 

Eso es precisamente lo que ocurre cuando se trata de referenciar el ejemplo de Hungría porque, más allá de su conveniencia, no se sostiene la comparabilidad si tenemos en cuenta que lo que allí existe es un impuesto sobre potenciales beneficios empresariales que se dirige no sólo a la banca sino a un total de 20 sectores y se justifica en un país que aplica el 9% en el impuesto de sociedades, el más bajo de toda la Unión Europea.

En otros casos, tratando de enmendar la realidad de un impuesto a la banca que nos convertiría en una excepción europea, se mencionan otras referencias en otros países sobre tasas que gravan distintos hechos imponibles asociados a las operaciones bancarias, que no a los beneficios del sector. Comparativas que no vienen al caso, que no son asimilables y que, como se ha dicho, ignorar el conjunto y la configuración del sistema tributario en esos países.

En el gráfico anterior se observa que desde que el Banco Central Europeo (BCE) comenzó su política de tipos de interés negativos en la crisis de 2008, los márgenes de intereses del negocio bancario han caído a la mitad. También se observa que han continuado cayendo durante la pandemia y en 2021. Por esa razón, el Ministerio de Hacienda también ha optado por definir el hecho imponible sobre los ingresos, y no sobre los beneficios extraordinarios que no existen. La argumentación para justificar un impuesto que responde más a la política en general, que a políticas en concreto, es algo que todavía no ha encontrado respuesta; pero su puesta en marcha sí puede tener importantes consecuencias, y no en el freno de la inflación asociada a la crisis energética, sino en una eventual restricción del crédito y la competitividad del sector y, con ello, del conjunto de la economía española. 

El Gobierno aprobó en 2019 un Plan Integrado de Energía y Clima que fue elogiado por la Comisión Europea y que marcaba la estrategia correcta hasta 2030 para reducir la dependencia de combustibles fósiles y renovables. España necesita retornar a esa estrategia y acabar con las improvisaciones y ocurrencias de política energética a las que venimos asistiendo desde que comenzó la crisis.  

Lo mismo sucede en política fiscal y tributaria. España tiene una deuda pública próxima al 115% del PIB, su nivel más elevado desde que comenzó el siglo XX tras la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas. Para reducir esa deuda España necesita crecer lo máximo posible, seguir en el euro y disfrutar de tipos de interés bajos de sus nuevas emisiones de deuda y tener un superávit fiscal primario. El déficit público estructural español, según la Comisión Europea, está próximo al 4% del PIB y tanto la Constitución española como los tratados europeos exigen un plan de ajuste fiscal a medio plazo para corregirlo. 

Esa crisis fiscal demanda una respuesta con el mismo acierto que la crisis energética. Y, de igual modo, no puede ser objeto de improvisaciones, bandazos y anuncios que responden más a la búsqueda de titulares que de soluciones. En ORFIN estamos trabajando en un análisis que esperamos compartir pronto sobre la crisis fiscal y la conveniencia de los nuevos impuestos. España necesita una reforma fiscal que aumente su recaudación de manera estructural para que la deuda pública retorne a una senda de estabilidad, no de pellizcos tributarios que no se ajustan ni a lo que se hace en nuestro entorno ni a lo que necesita nuestro país. Tengamos en cuenta que el propio Gobierno ha reconocido que en medio de una crisis energética con riesgo de suministro de gas este invierno y de recesión en Europa y en España, no es el momento de subir los impuestos. En ORFIN hicimos la misma recomendación en nuestro informe trimestral del pasado mes de marzo, cuando comenzó la guerra de Ucrania. 

Por todas estas razones, recomendamos que aprovechando el nuevo modelo de fijación de precios de electricidad en Europa, no aparte sus políticas fiscales de lo que acuerda la Unión y, más aún, que renuncie a algo que nos convierte en una excepción europea como es el impuesto a la banca. El sector bancario ha atendido con normalidad la demanda de crédito durante la pandemia y la crisis energética, y eso es determinante para explicar la resiliencia que han mostrado los datos de empleo y PIB desde que comenzó la guerra de Ucrania.  

Cuando vas conduciendo y el navegador te indica que te has equivocado de ruta, lo sensato es reconocerlo cuanto antes y volver a la ruta óptima. La ruta óptima para la economía es adaptarse a la crisis del gas con el menor impacto posible sobre el crecimiento para poder atender los compromisos de la deuda pública y no volver a encontrarnos con otra crisis como la de 2012. 

José Carlos Díez es el director del ORFIN

Educación financiera y digitalización

El conocimiento financiero está relacionado con el nivel de desarrollo de un país, ya que reduce el riesgo de crisis financieras como las de 2008, además de su impacto sobre el desempleo, la pobreza y la deuda pública de los países. Por ello, contar con los conocimientos financieros adecuados es una garantía, no solo del buen desarrollo de nuestras finanzas personales, sino también de estabilidad económica y financiera. 

Según un informe de FUNCAS, solo el 6,3% de los alumnos españoles han recibido una asignatura de educación financiera, lo que significa que la mayor parte de estos jóvenes no tienen conocimientos financieros básicos. En este contexto de fuerte necesidad de apostar por la educación financiera, las tres asociaciones bancarias, AEB, CECA y UNACC, han puesto en marcha Aula Financiera y Digital”, una nueva plataforma de educación financiera y digital, donde compilan, en un mismo espacio, todas las iniciativas desarrolladas por las entidades bancarias en este ámbito. 

La iniciativa se une al programa “Finanzas Para Todos”, del Banco de España, la CNMV y el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, pero con la novedad de apostar adicionalmente por la formación digital. España sale siempre atrasada en los ranking de digitalización, aunque tras la pandemia hemos avanzado y recortado buena parte de ese retraso. De hecho, según el índice DESI, en 2021 España ha mejorado dos posiciones respecto a 2020, hasta situarse en el noveno puesto en el ranking. Todavía hay margen de mejora, por lo que todas las iniciativas para avanzar en este sentido deben ser bienvenidas y apoyadas

La revolución digital y de los datos son grandes aliadas de la educación. Y la educación es determinante para aumentar la riqueza de las naciones y de los individuos. La pandemia ha alterado nuestra forma de vida, y también ha tenido efectos en la educación; de hecho, la UNESCO habla ya de “brecha educativa”, pues casi 100.000 hogares españoles con hijos no tienen conexión a Internet. No atender a este desequilibrio supondría que la educación también se convertiría en otro de los focos de generación de pobreza y desigualdad en el futuro, como ya han puesto de manifiesto los informes de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

El sistema bancario español tiene buena parte de sus ingresos en Latinoamérica y la plataforma debe aspirar a ser un referente de educación financiera y digital en español, en varios países latinoamericanos donde los niveles de bancarización, digitalización y educación financiera son aún más necesarios que en nuestro país.  Por tanto, podría ser una buena ocasión para unirse al PERTE del español y, con fondos europeos, avanzar en nuestra relación con esos países hermanos y ayudar a reducir la pobreza extrema y la desigualdad en el continente más desigual del planeta, según el informe sobre desarrollo humano 2021 del PNUD. 

Avanzar en la adquisición de conocimientos y destrezas digitales, y abrir nuevas vías formativas en estos canales, permite llegar a zonas rurales y despobladas donde es más caro prestar los servicios educativos. Eso condena a parte de esa población, especialmente a los niños y jóvenes, así como a las mujeres, a tener peores conocimientos y habilidades, especialmente digitales. Mejores habilidades permitirán tener mayor igualdad de oportunidades y superar brechas de desigualdad en todos los colectivos, de los más mayores a los niños, para los que la revolución digital y de los datos permite también un seguimiento personalizado, adaptando el programa a su nivel y evitando tanto el fracaso escolar como el abandono los estudios por no poder seguir el ritmo de la media.

La educación digital requiere equipos y dispositivos, software y programas específicos, pero, sobre todo, necesita contenidos pedagógicos digitales y formar a los profesores para transitar de la educación analógica a la digital. Y necesita también iniciativas para llegar a todos los colectivos, como lo es la plataforma “Aula Financiera y Digital”, y para ampliar competencias en áreas específicas como es la educación financiera. 

La Cátedra ORFIN también tiene como misión mejorar y divulgar el conocimiento financiero para avanzar hacia una sociedad más avanzada, menos manipulable y más desarrollada. Por eso, celebramos con orgullo y nos hace especial ilusión este tipo de iniciativas.

José Carlos Díez es director del ORFIN 

Hoja de ruta para la gobernanza económica europea

La Comisión define la gobernanza económica de la Unión Europea “como el marco que tiene por objeto vigilar, prevenir y corregir las tendencias económicas problemáticas que puedan debilitar las economías nacionales o afectar negativamente a otros países de la UE”.

Históricamente, sus principales hitos desde el Tratado Maastricht de 1992, cuyo 30º aniversario celebramos este año, han sido la aprobación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en 1997, de su brazo preventivo en 1998 y del sancionador en 1999, Este esquema perduró hasta el estallido de la crisis financiera global del año 2008. En 2010, comenzó el Semestre Europeo, para revisar el seguimiento y la coordinación de las políticas económicas y fiscales, cuyo funcionamiento se revisó en 2015, en el Informe de los Cinco Presidentes

En este informe, cuando ya era más que evidente que el esquema de gobernanza europea seguido tras la crisis de 2008-2010 había provocado efectos indeseados, se plantearon cuatro uniones: Unión Económica, Financiera, Fiscal y Política. Respecto a la gobernanza económica europea, el texto establece pautas acerca de cómo aplicar el PEC, fortaleciendo el vínculo entre las reformas estructurales, la inversión y la responsabilidad fiscal en apoyo del empleo y el crecimiento.

Por último, en 2020, la Comisión presentó su propuesta de revisión de la gobernanza económica, pero estalló la pandemia provocada por la COVID-19 y la consecuente crisis económica. A esta situación se suma, en la actualidad, la invasión rusa de Ucrania, que ha supuesto, en el seno de la Unión Europea, el refuerzo del debate sobre la autonomía y soberanía estratégica de la Unión y el impulso de la Conferencia sobre el Futuro de Europa

En este contexto, y ante las inminentes decisiones que la Unión Europea debe adoptar respecto a la gobernanza económica, desde Orfin nos hemos planteado responder a cuatro cuestiones acerca de cómo abordar la gobernanza económica europea.

1. ¿Hacia dónde debe dirigirse la gobernanza económica europea? 

Una de las principales críticas de lo sucedido durante estos últimos 30 años de gobernanza económica europea, si no la principal, ha sido la imposibilidad o dificultad extrema para adoptar políticas de manera asimétrica o individualizada en determinados países. Las lecciones de Grecia –también las nuestras– obligan a esta consideración.

Un logro considerable sería poder realizar análisis individualizados de sostenibilidad de la deuda pública viva de los Estados miembros, y de su estructura de ingresos y gastos, perfeccionando los mecanismos ya existentes de corrección tanto por la vía correctiva como por la preventiva.

2. ¿Qué papel han tenido la pandemia y la aprobación del NGEU en el impulso de la gobernanza económica europea?

La pandemia, primero, y la geopolítica, después, se han convertido en las principales fuentes de explicaciones solventes acerca de lo que está sucediendo y de lo que puede venir. El Real Instituto Elcano publicó en mayo un trabajo que detalla cómo la agresión rusa y sus consecuencias afectan a la economía global por múltiples vías, como materias primas, la energía, la industria o los alimentos, en un contexto pospandémico de inflación al alza, efectos de precios de segunda ronda, cuellos de botella comerciales y en las cadenas de valor, normalización de la política monetaria y aumento de los déficit fiscales y de la deuda. Una situación muy compleja para dar con el mix de política económica adecuado, porque combina un shock de oferta con medidas de reactivación de la demanda vía gasto público e inversión, en un ciclo más adelantado en Estados Unidos, pero al alza también en Europa, gracias a programas como los fondos Next Generation EU (NGEU) que empujan en la correcta dirección.

3. Oportunidades y riesgos de la gobernanza económica europea

La reforma de la gobernanza económica europea debe permitir:

  • Generar recursos para financiar la inversión pública necesaria para la transición ecológica, en el marco de lucha contra el cambio climático acelerada y agravada por las consecuencias energéticas provocadas por la invasión de Ucrania. También las inversiones público-privadas destinadas a financiar la transición energética.
  • Descontar del cómputo fiscal objeto de escrutinio la inversión verde certificada por la Unión Europea o financiada por la Unión mediante el Recovery and Resilience Facility.

Respecto a los riesgos, tal y como señalaban Carlos Martínez Mongay et al en abril, se debe prestar especial atención a la persistencia de desequilibrios capaces de convivir con la aplicación de nuevos instrumentos (como los NGEU), como son el déficit estructural y la existencia de elevados volúmenes de deuda pública. De hecho, a pesar de las múltiples reformas adoptadas en la gobernanza económica europea en los últimos años, y en especial desde 2008, estas magnitudes han permanecido prácticamente intactas o, incluso, han aumentado. En particular, Martínez Mongay y el resto de autores señalaban al sistema de pensiones y a su futura sostenibilidad vinculada a sus ingresos como cuestión clave y crítica.

4. ¿Qué criterios deberían regir la gobernanza económica europea?

La nueva gobernanza debe perseguir una serie de objetivos simultáneos:

  • La revisión de las reglas fiscales sobre los presupuestos nacionales.
  • El papel futuro de los NGEU y, a poder ser, su mantenimiento para que la Unión pueda contar, por fin, con un instrumento anticíclico financiado con deuda de titularidad europea que permita actuaciones asimétricas en diferentes Estados o economías cuando sean objeto de shocks asimétricos, como la pandemia del Covid ha puesto en evidencia. 
  • La creación de nuevos recursos propios de la UE destinados al pago de la deuda común de la UE y para financiar las políticas comunes .
  • Redefinir el proceso institucional de gobernanza del semestre europeo para reforzar su efectividad desde el punto de vista de la política económica y su carácter comunitario, de modo que la Comisión considere también la posición fiscal global de la Unión, el grado de involucración de los instrumentos comunes a su disposición, en un avance del proceso de integración -NGEU y presupuesto comunitario-, y a partir de ahí las orientaciones y recomendaciones a los Estados miembros con la concurrencia del Consejo y el Parlamento.

Como apunta el eurodiputado Jonás Fernández, la revisión de las reglas fiscales que sean de aplicación sobre el posible déficit de los Estados miembros debe ser coherente con otros desequilibrios, como el exterior de la balanza por cuenta corriente, por ejemplo, para que sean coherentes en el marco general del Procedimiento de Desequilibrio Macroeconómico (PDM) que, tal y como está diseñado, no funciona y permite comportamientos de free-riding como Alemania entre 2013 y 2019 (gigantesco superávit por cuenta corriente y sus consecuencias internas).

Además, si atendemos al documento de propuestas del Ministerio de Finanzas Alemán de mayo 2022, la vuelta a la normalidad fiscal y el refuerzo de la capacidad fiscal no debe confrontar con la necesidad de reforzar la “resiliencia fiscal” de la Unión y de los Estados miembros. En el documento, se establece con claridad el contexto posinvasión de Ucrania, en el que Alemania asume estar y que no es muy diferente al de nuestro país y al de la UE en su conjunto. 

Si tras la pandemia parecía que se podría volver a la situación previa, hoy se puede asegurar que nada será igual. La guerra ha cambiado profundamente la manera de entender el mundo. Por ejemplo, es imposible creer que la profundización del comercio y de las inversiones entre viejos rivales sea la mejor medida para reforzar vínculos y prever futuros incidentes.

Lo mismo puede decirse del rumbo que seguirá la reforma de la gobernanza económica europea, de la cual depende la sostenibilidad de la economía europea y de la zona euro a medio y largo plazo, nuestro bienestar y el papel de Europa en el mundo.

Juan Moscoso del Prado es miembro del Consejo Asesor del ORFIN

La economía española dilata su recuperación

La “Actualización del Programa de Estabilidad 2022-2025 del Reino de España” supuso un jarro de agua fría sobre las expectativas de crecimiento, menos optimistas pero más realistas, tras un primer trimestre peor de lo esperado. El relato económico de la pandemia es conocido: el PIB español fue el segundo más dañado de la UE en el período 2020-2021, solo después de Grecia, y su tasa de paro es de las más elevadas de la UE, a pesar de la evolución positiva. La causa está directamente ligada a un modelo productivo hipertrofiado que no parece haber reaccionado a la velocidad requerida y que, por si fuese poco, la guerra en Ucrania ha venido a ralentizar

El Gobierno ha recortado la previsión de crecimiento del 7% al 4,3% y, pese a haber rebajado la tasa de paro desde el 16% al final de 2020 hasta el 12,8% este año, la inflación se situará este ejercicio por encima del 6% –lejos del ansiado 2%–, que aún tardará en llegar. En este mismo escenario macroeconómico, la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, augura una caída del déficit público hasta el 5%, algo más de un punto superior al 3,9% que estima para 2023, lo que hace inevitable un proceso de consolidación fiscal que ajuste el déficit estructural crónico que padece la economía española, consecuencia de unos ingresos inferiores a la media y no tanto por un exceso de gasto público. La Comisión Europea apuesta por mantener un año más las reglas fiscales en suspenso, pero convendría ir preparando el terreno. En realidad, España ya había llegado a la pandemia con niveles altos de déficit y deuda, lo que explica el escaso margen relativo que tuvo para desplegar políticas de gasto en los peores momentos.

Teniendo en cuenta que el PIB español cayó un 10,8% en 2020, de cumplirse estas previsiones, y en línea con las estimaciones del Banco de España, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) y otros organismos nacionales e internacionales, el Gobierno habría renunciado a recuperar lo perdido este año y lo vuelve a relegar hasta mediados de 2023, algo que no ha sucedido en los países europeos más avanzados, que han recuperado su nivel de PIB prepandemia hace meses. La ecuación –como lo es el relato económico de la pandemia– también es conocida: España gasta de manera estructural más de lo que ingresa, su productividad es baja y mientras no se afronte un nuevo modelo productivo que dependa menos de los servicios de bajo valor añadido y apueste de manera decidida por la industria del siglo XXI y servicios de vanguardia, no parece que nada sustancial cambie. Más aún cuando el grueso de las reformas estructurales siguen pendientes, a pesar del avance en el terreno laboral. Es evidente que un modelo económico no se cambia en una legislatura, ni siquiera en dos, pero las bases sí se pueden empezar construir. 

Con este panorama nacional, lo que se ve fuera no es más halagüeño.La economía norteamericana parece haber entrado ya en un cambio de ciclo, lo que está ocurriendo en Shanghái con la política de Covid cero introduce mayor incertidumbre y no permite estabilizar las cadenas de valor, y el conflicto en Ucrania pone a Europa ante una tesitura difícil de abordar, con una inflación desbocada y sistémica. Esto traerá, en breve, cambios en la política monetaria, que se traducirán en un incremento de los tipos de interés, tanto para el sector público como privado, como ya ha anunciado el BCE, con las implicaciones que ello tiene. La vieja disyuntiva entre inflación y desempleo vuelve a estar de actualidad, agravada, si cabe, por el impacto que podría tener sobre las cuentas públicas la actualización de las pensiones. Seguramente se deba renunciar a este objetivo y, al igual que se exige a los trabajadores llegar a un pacto de rentas y a los empresarios a otro de precios, los pensionistas con mayor capacidad adquisitiva tendrán que llegar a un pacto de pensiones que signifique una actualización incompleta de su pensión.

Si se consigue reducir la espiral inflacionista y situarse en el entorno del 2%, como apunta el Programa de Estabilidad, se frenaría la erosión en el poder adquisitivo de los ingresos y el ahorro, al tiempo que sobre la competitividad de las empresas, lo que permitiría avanzar sobre la hoja de ruta prevista. Pero si esto no sucede, el cliff effect (o efecto acantilado) ante el que se sitúa la economía española comienza a ser peligroso. El Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió de que se produciría este efecto cuando se retirasen los estímulos ligados a la pandemia: “todas las ayudas deben ser revisadas cuando sea posible y evitar que al retirarlas haya bancarrotas, pérdidas de ingresos o impagos”, pues en caso contrario, un viento repentino sería capaz de desequilibrar todo. Las piezas deben ir encajando y el cambio que se propugna no debe producir consecuencias desproporcionadas negativas sobre los sectores maduros. Los fondos Next Generation, a los que parece haber eclipsado la guerra, siguen su curso, y de su gestión y capilaridad depende, en buena parte, la recuperación de la economía española.  

Desde el Ministerio de Economía insisten a Bruselas que “las licitaciones de proyectos de obras públicas y la formación bruta de capital fijo se materializarán en forma más sostenida en el tiempo por lo que los efectos macroeconómicos se dilatarán hasta 2025 y las subvenciones y transferencias al sector privado permitirán intensificar el impacto a partir del segundo trimestre de 2022”. Una nueva patada hacia delante a la recuperación y a los efectos positivos que se esperan del llamado “Plan Marshall europeo”, si bien, las rigideces y lentitud que han marcado su desarrollo siguen aconsejando una cierta cogobernanza con las comunidades autónomas, mayor agilidad en su ejecución y transparencia. De cómo esto se haga va a depender que la economía española ponga un pie en el aire sobre el mar o regrese a caminar en la zona más sólida del acantilado. Porque no todo está al albur de lo que decida Putin.

María Cadaval es profesora de Economía Aplicada en la Universidad de Santiago de Compostela y miembro del Consejo Asesor del ORFIN

Transición hacia una economía digital: la unión de la banca y las fintech

Las tecnofinanzas (más conocidas por el anglicismo “fintech”), hijas de la crisis económica del año 2008, fueron adquiriendo paulatinamente importancia a lo largo de los años, con el objetivo de hacerse un hueco en la escena financiera. En efecto, Jamie Dimon, CEO de JPMorgan Chase, en su carta anual de 2015 advirtió a los inversores de su empresa sobre el advenimiento de «centenares de startups financieras con mucha inteligencia y dinero que venían a comerse la comida de Wall Street”.

Ahora bien, ¿en qué consisten exactamente las fintech? Como se aborda en el capítulo del podcast “Afina Tus Finanzas” dedicado a las fintech, estas nuevas herramientas giran sobre tres ejes, que pueden resultarnos ubicuos en la actualidad: big data, blockchain e inteligencia artificial. Su abanico de actividades es amplio: desde procesamiento de pagos, seguros o gestión de patrimonio, hasta criptomonedas, herramientas para administrar facturas y softwares de auditoría, pasando por plataformas de gestión de inversiones y patrimonios, entre otras muchas.

Más de un lustro ha transcurrido desde el presagio del CEO de JPMorgan Chase, quien no se equivocaba, pues, desde entonces, la llegada de Silicon Valley al sector financiero no ha hecho más que crecer exponencialmente. 

Concretamente, a nivel global, si bien la cifra de negocios del sector tecnofinanciero ascendía en 2016 a 2,8 billones de dólares, en 2020 su valor se multiplicó hasta los 7,3 billones. Y la previsión es que, para 2026, supere los 31,5 billones de dólares. Es decir, un 330% más que hace dos años, según las últimas cifras de Research And Markets.

Tomando en consideración estas cantidades astronómicas, es indudable que el movimiento de transición hacia una economía digital se encuentra en pleno auge. La banca está experimentando un cambio de paradigma con la irrupción de las fintech, mundo en el cual está empezando a adentrarse el gigante GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple), que cuenta con recursos prácticamente infinitos y una tecnología plenamente establecida.

El reto de la banca es avanzar hacia estructuras digitales y, para ello, el modelo actual debe ser repensado. Es precisamente en este punto donde entra en escena la “coopetición”, término acuñado en 1996 por Adam Brandenburger y Barry Nalebuff, que la definen como “la combinación de las ventajas de la competencia y de la cooperación en una nueva dinámica de gestión empresarial, la cual puede utilizarse tanto para generar más beneficios como para cambiar la naturaleza del entorno empresarial a favor de los que la practican”.

El mundo tecnofinanciero, con su tecnología, y la banca, con su experiencia y confianza, pueden trabajar de la mano, con el objetivo de crear sinergias y ofrecer un mejor servicio a los clientes, dando lugar, así, a un nuevo ecosistema financiero. La complementariedad entre ambos sectores es posible y hay más por construir y compartir que motivos para enfrentarse. En palabras de Rodrigo García de la Cruz, presidente de AEFI (Asociación Española de Fintech e Insurtech) y CEO de Finnovating, “las fintech fueron las hijas de la crisis del 2008 y hoy tienen el papel de ser parte de la solución actual, que está en la colaboración”.

Esta alianza que brinda la coopetición desarrollaría un proyecto transversal de vertebración digital para toda la cadena de valor del sector financiero, impulsando su actividad y rendimiento, y garantizando su futura sostenibilidad.

Como ejemplo de coopetición entre la banca tradicional y fintech, podemos citar el caso de una de las principales plataformas de crowdlending (financiación participativa a través de préstamos) que ha llegado a un acuerdo con un banco español en lo que a la derivación de clientes respecta. O plataformas como Token City, cuyo objetivo se centra en gestionar la tokenización de activos digitales para su posterior compraventa en su market place, lo que no deja de ser, en cierta manera, un agregador de mercados en secundario, donde las transacciones se podrán hacer pear to pear.

Asimismo, cabe citar el caso de Suiza, donde han aparecido neobancos: entidades financieras que se orientan única y exclusivamente a los canales digitales, según un informe de BBVA Research. Dichas entidades están llegando a acuerdos con la banca tradicional para ofrecer valor añadido al cliente. El director general del neobanco Neon, Jörg Sandrock, indica que están colaborando con el banco Hypothekarbank Lenzburg , que se ocupa de la gestión de las cuentas. Según sus propias  palabras: “el futuro de la industria bancaria probablemente está justo allí (en la colaboración), ya que cada vez será más difícil para una sola entidad ofrecer valor añadido al cliente y ser rentable si ofrece una amplia variedad de productos por cuenta propia”.

Como conclusión, la pandemia provocada por la COVID-19 ha acelerado la disrupción digital en las finanzas y, si bien esta transición reportará muchos beneficios -creación de nuevos puestos de trabajo, eficiencia y ahorro de costes-, también implica retos que habrá que superar y potenciales conflictos jurídicos que el Derecho deberá solventar. 

En este sentido, tal y como se pone de manifiesto en el informe Banking litigation in the next decade: a look ahead”, publicado por Linklaters en abril de 2020, la transición digital tendrá como consecuencia indefectible la aparición de potenciales litigios fintech, que podrán surgir del uso de estas nuevas tecnologías en el sector bancario, y, consecuentemente, el desarrollo de tribunales especializados en litigios financieros. A modo de ejemplo, podemos citar el caso de Amazon y Visa, que llevaban meses enzarzados en una disputa en Reino Unido y la han resuelto con un acuerdo de colaboración, en virtud del cual van a trabajar juntas en iniciativas de tecnologías y productos sobre formas de pago.

En este sentido, muchas jurisdicciones han empezado a lidiar con estas incertidumbres. El abanico de litigios fintech es muy amplio y puede abarcar desde pleitos que involucren a la banca y los neobancos hasta cuestiones relativas a terceros en cuanto a la sucesión y la fiscalidad, así como casos penales relacionados con el robo, demandas de ransomware y blanqueo de dinero. 

Con respecto a materias concretas, en el ámbito de smart contracts pueden surgir conflictos en cuanto al derecho aplicable y cuestiones de jurisdicción ya que, a menudo, los ledgers distribuidos no están «ubicados» en una sola jurisdicción, sino que son redes transfronterizas de participantes. Los smart contracts pueden estar escritos exclusivamente en código, en lugar de lenguaje natural, sin elección expresa de ley o jurisdicción. También pueden surgir conflictos relativos al concepto de propiedad: ¿es un criptoactivo una «propiedad«? La respuesta puede ser diferente en los distintos sistemas jurídicos y es una cuestión clave en casos de insolvencia, o cuando un activo se ha perdido o robado.

En definitiva, la transición a una economía digital supone un verdadero desafío y muchas jurisdicciones querrán posicionarse con el objetivo de ser la primera elección para la resolución de litigios en materia de fintech. Por este motivo, el Derecho, como siempre, deberá seguir adaptándose a la sociedad y evolucionando con ella.

Marlen Estévez Sanz

Socia del Departamento de Litigación, Arbitraje y Mediación de Roca Junyent, y miembro del Consejo Asesor del ORFIN. 

Valentina Yane Gauffin

Abogada del Departamento de Litigación, Arbitraje y Mediación de Roca Junyent.

¿Qué son las tecnologías RegTech y SupTech?

La respuesta sencilla es que estas tecnologías son la llave de la colaboración entre banca y entidades supervisoras. Pero vayamos poco a poco. En la actualidad, dentro de las nuevas tecnologías disruptivas, las relacionadas con el sector bancario sigue dando de qué hablar, en especial las fintech y otras empresas startups derivadas como las regtech o las suptech. Pero, ¿qué quieren decir estos conceptos?

Regtech

Se considera como una subcategoría de las famosas fintechs cuyo nombre proviene del término en ingles de regulatory technology. Se trata de empresas tecnológicas cuyo objetivo consiste en mejorar los parámetros de cumplimiento normativo. El estallido de las empresas regtech fue posterior al 2007-2008. Ante la crisis financiera, los reguladores vieron la necesidad de crear nuevas regulaciones más estrictas y dinámicas. De esta manera, ante la perspectiva de regulaciones como la GDPR y PSD2, y el creciente avance tecnológico las instituciones financieras han ido apelando a las regtech.

Las principales tecnologías utilizadas por las regtechs deben estar basadas en la nube, puesto que es la única forma de proporcionar agilidad y flexibilidad. A partir de ahí, todas las tecnologías que faciliten el análisis eficiente de información son susceptibles de ser utilizadas, las más comunes son: big data, inteligencia artificial o blockchain.

Pero, ¿cómo funciona una solución regtech? Como hemos dicho anteriormente, las regtech ayudan a empresas a operar dentro del marco legal. Por lo tanto, no existe un solo tipo de regtech, su funcionamiento dependerá de a qué áreas regulatorias se intenta dar solución, no es lo mismo el tener que responder al cumplimiento de las normativas de conocer a tu cliente KYC (know-your-customer) que a las que operan contra el blanqueo de dinero AML (anti-money laundering).

Se debe tener en cuenta que el cumplimiento regulatorio es una de las principales cargas en tiempo y coste para las entidades financieras. Desde este punto de vista, las soluciones regtech ofrecen como principal beneficio para las entidades financieras una potencial reducción significativa de costes y esfuerzos. Por último, en la actualidad las entidades financieras españolas ya utilizan diferentes herramientas tecnológicas para cumplir con los requerimientos regulatorios. Sin embargo, lo diferencial en las regtech es su propuesta de nuevas tecnologías que permiten mejorar la agilidad, flexibilidad, velocidad y precisión de la información. Por lo que es muy probable que veamos que las entidades financieras en su totalidad utilicen este tipo de soluciones, no sólo por el crecimiento del ecosistema, sino porque las grandes instituciones también están adoptando las tecnologías que utilizan las regtech.

Suptech

Por otro lado, las suptech (supervisory technology) son la aplicación de tecnologías regulatorias para supervisores. Es decir, las regtech ayudan a las entidades bancarias a cumplir con el marco regulatorio y las suptech agilizan el proceso en las agencias regulatorias como por ejemplo el BCE. Podríamos decir entonces que las suptech son la contraparte de las regtech. Por lo tanto, las grandes características de este tipo de tecnología son:

  • Automatizar reportes, informes u otros tipos de gestión de datos.
  • Facilitar la vigilancia del mercado y simplificar el monitoreo en tiempo real.
  • Evitar operaciones sospechosas, uso indebido de información confidencial.
  • Identificar riesgos en las instituciones financieras.

¿Qué impacto tienen estas nuevas tecnologías en el sector bancario?

La aparición constante de nuevos actores en el sector financiero lleva a nuevos riesgos que deben ser monitoreados y mitigados tanto por las entidades financieras como por los reguladores. La adopción de este tipo de tecnologías facilita la colaboración entre la banca y los supervisores. Sin embargo, las instituciones financieras están utilizando más este tipo de tecnología que los reguladores. Por lo general, los formatos que se envían a los reguladores están predefinidos y descentralizados (informes en distinto formato para diferentes regiones).

En conclusión, esperemos que el impulso dado por Andrea Enria -presidente del Consejo de Supervisión del BCE- alentando la mayor utilización por parte de los entes supervisores de este tipo de tecnología no caiga en saco roto. La adopción de la tecnología suptech podría disminuir los costes operativos e incluso podríamos ver menos multas para las instituciones financieras.

ORFIN